Los teóricos de esto dicen que hay dos formas esenciales de escribir un post, la primera es a la manera tradicional (básicamente pensando, planificando una estructura, escribiendo, corrigiendo y reescribiendo) y la segunda es conectando con el interior (póngase aquí corazón, estómago, hígado, entrañas, alma o lo que se desee) y volcando directamente lo que sale. Ninguna de las dos maneras asegura el éxito posterior en la lectura, lo que está claro es que quien los lea va a sentir diferentes cosas.

Y evidentemente, ante el reto de soltar desde el corazón lo que te pasa por la mente albergas dudas. He dudado hasta en el título del post (algo que me sale muy rápidamente siempre). Me gustó cómo lo hice el año pasado, cuando sentía que lentamente el año iba cayendo, se iba deshaciendo, y entonces lo titulé “Falling slowly”, como la canción de una de las películas de mi vida, “Once”. De la misma forma pensé en que se titulara este año “Hasta el final”, en atención a la canción que va al pie de esta lectura, un himno del gran Coque Malla sobre el despertar a una nueva vida. Pero al final, aunque haya medio copiado a Brian Weiss, creo que sí  queda reflejado en el título perfectamente lo que he sentido que ha sido este año para mí.

Y es que mi resumen de 2013 se hace de forma muy simple. Casi en dos palabras: aprendizaje y despertar. A partes iguales prácticamente. El año pasado empezaba a ver como tímidos brotes aparecían tras la larga y dura siembra. Este año, que se presentaba como idóneo para la recolección, ha traído más pruebas. Todas ellas, ventajista que es uno después de haberlas pasado, supongo que necesarias.

Me di cuenta que había muchas heridas de la lucha por restañar, que había que curar para poder seguir viviendo. A veces incluso abriendo zonas en las que exactamente no sabías que te ibas a encontrar, en las que el dolor, el cansancio, el temor, superaba con mucho mis mas sesudas evaluaciones. Esas zonas en las que sabes que vas a encontrarte con tus miedos, con tus dudas, con tus fantasmas más ocultos. Y me sentía en el deber de curarme también dando ejemplo. Si yo quería que toda la pelea no hubiera sido en vano, debía de enfrentarme al enésimo cambio. De nuevo la espada en ristre, la guardia cerrada y el ánimo decidido.

Debo decir que no lo hubiese podido lograr sin mis maestros. Sin esas personas que este año han estado en mi vida, unas más cerca y durante mucho más tiempo, otras sin poder calcular la distancia y casi en un suspiro. Encabezadas por Berta, la luz que ha iluminado a todas y a mí el primero,  sin la cual el camino hubiese sido imposible de encontrar, la mujer que con su entrega, con su amor incondicional, ha conseguido que yo pudiese encontrar el aire, el agua, el alimento, las fuerzas para seguir en la pelea. La que me ha puesto una y otra vez sobre la pista correcta. A la que debo lo que soy y sigo siendo. Y continuando por Alex, mi hijo. Uno de los maestros que son y serán más grandes en mi vida. Sus lecciones, su soporte de vida, su ejemplo, me han ayudado a mantenerme firme, a no ceder, a continuar en pos de mis sueños como él vuela hacia los suyos.

Y siguiendo por los demás, por esas personas que han entrado en mi vida este año casi como esas torrenteras que en los ríos se abren paso entre las rocas. Que me han mostrado en esas esquinas y recovecos de la vida en los que dudas si seguir adelante sin retroceder o volver a disfrazarte de gris y esconderte, a saber templar de nuevo la espada rota, a entender como enderezar las flechas, a aprender a pulir y reforzar mi armadura o simplemente a comprender cuando hay que bajar del caballo, tomar aire y refrescar tu frente.

De un lado con los que he compartido experiencias que me han abierto definitivamente el alma para sanarla y el corazón para compartirlo. En los que he aprendido que el amor va mucho más allá de lo que nos enseñaron en la escuela: José Ramón, Rocío, Gema, Montse, Ana, Juan Carlos, Victor, Esther, Bea, Mercedes, y perdonarme el resto si no os menciono, porque sois muchos, pero todos estáis y ocupáis un sitio, privilegiado desde luego, en mi corazón.

Y de otro lado, con algunas personas del mundo mal llamado virtual, que muchas veces es más real que el de carne y hueso. He aprendido de la complicidad, la generosidad y la valentía de Paco Tamayo; la fuerza, el tesón y el espíritu de trabajo de Antonio Domingo; la ilusión, el creer a toda costa y la sencillez de Eva Collado, la humildad en la grandeza, la gratitud y la sinceridad de Fernando Álvarez; y de otros tantos que me dejo, pero de los también he aprendido una nueva manera de observar la vida, un espíritu de los nuevos tiempos, tan necesario, tan vital para no quedarse atrás, para proyectarse al presente y al futuro.

Y ahora, cuando definitivamente cae el telón de 2013, suena la canción de Coque Malla. Os pediría que prestaseis atención, si no la conocéis, a la letra. Resume perfectamente la vida nueva que alguien decide abrazar. No es lo exactamente lo que a mí me ha pasado, pero tiene mucho (muchísimo) que ver. Nos vemos de nuevo en 2014. El año del renacimiento. Así lo siento. Feliz año a todos.