Imagina esta situación: Tienes que tomar una decisión importante con respecto a algo sensible. Pon cualquier cosa, sea laboral o personal. Desde dar una solución a un problema con un cliente hasta plantearte dejar (o retomar) una relación. Parece que tienes todos los datos e incluso tienes la impresión que has reflexionado mucho previamente. Deberías poder tomar esa decisión sin problemas, pero hay algo que no te deja hacerlo. Por tu mente se entrecruzan infinitas posibilidades, algunas francamente irreales, pero que consideras en ese momento como posibles, aun no creyendo mucho en ello. En los diez minutos que llevas pensando en todo ello tu whatsapp ha sonado más de quince veces (en ese momento piensas que estás en demasiados grupos y que debes abandonar este o el otro), recibes en tu smartphone varias alertas de Google, dos correos importantes y cuatro de spam, dos mensajes de Facebook y algunas menciones de Twitter. Todo ello mientras tienes abierto el portátil y estás echando un vistazo a dos digitales que tienes abiertos. Tu mente imagina cada vez más posibilidades. Mezcla futuros imaginados con pasados, recordados sesgadamente, quizá bajo la influencia de los acontecimientos. Aparecen incluso imágenes que no vienen al caso, como esa lavadora que debes poner o la cara de tu jefe mirándote fijamente porque no has resuelto todavía el problema. Y lo que es peor: comienzas a tener síntomas físicos de ansiedad. Vuelve otra vez ese dolor de cabeza. De nuevo las palpitaciones. Todo va a salir mal si tomo esta decisión, o esta otra, o esta…
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Esta es una situación que, lejos de ser exagerada, se está reproduciendo cada vez con más frecuencia. La sobreabundancia de información que nos inunda, la multitud de estímulos tecnológicos de los que nos rodeamos, la presión por los resultados en el trabajo o simplemente las crecientes exigencias de la vida cotidiana, fomentan la dispersión de la mente, la incapacidad para pensar de forma ordenada, el estrés y los pensamientos (y acciones) automáticos aprendidos. Y es real. Pareciera que no hay forma de conseguir detener el mecanismo mental que hace que se produzcan estos resultados. La reflexión y el análisis dejan paso a la precipitación y la impulsividad y estás, como no, al error. Aunque también se puede producir el bloqueo por el miedo a cometer el citado error, y entonces nos encontramos con situaciones que se convierten en generadoras de somatización física (problemas gástricos, dolores de cabeza o incluso en los caso más graves, problemas cardio-respiratorios).
Cuando Jon Kabat-Zinn, creador del método de reducción del estrés basado en Mindfulness, definió éste como “una conciencia que emerge a través de prestar atención a propósito en el momento presente, sin juzgar, para vivir la experiencia momento a momento” , estaba sentando las bases para que este método hoy sea empleado masivamente en empresas como Google, Procter&Gamble, Unilever, General Mills, Apple o Yahoo, consiguiendo efectos como mayor productividad personal, capacidad de escucha y reflexión más amplia y claridad en la toma de decisiones en sus empleados.
Además el método Mindfulness, originariamente procedente del Budismo Theravada, definido como el “Sati” en idioma Pali, has trascendido esa connotación, para, a través de la investigación académica, conseguir que la psicología, la neurociencia e incluso el management le otorguen rigor científico, superando una errónea concepción, generada por muchos escépticos, a su vez poco rigurosos en sus afirmaciones (como es habitual no hacen estudios que soporten lo que afirman, cuando defienden muy a menudo el método de la experimentación como demostración de la realidad), sobre el Mindfulness como un bulo pseudorreligioso.
Hoy sabemos que el Mindfulness es aceptado por la psicología contemporánea como un método de probada validez terapéutica, cuyo estudio y práctica están al alcance de cualquiera (con un mínimo de entrenamiento, por supuesto). El Mindfulness es una cualidad que tenemos todos, pero desafortunadamente no usamos. Significa tomar conciencia plena o poner la atención en el pensamiento o suceso en el momento presente, sin realizar ningún juicio sobre ello, sino simplemente observarlo con curiosidad, apertura mental y expectación, independientemente del valor o de la conveniencia que tenga, sin ningún apego, por tanto. Muchos lo definen como “aprender a responder a la vida, en lugar de reaccionar a la misma”.
Los beneficios son enormes: Aumento de la capacidad de concentración con abandono de las reacciones o pensamientos automáticos (se observa incluso en estudios un aumento de grosor de la corteza de los lóbulos frontales del cerebro, encargados de procesar entre otras, la reacción a las emociones o del llamado razonamiento), como resultado de ello, un aumento de la memoria y de la capacidad de percepción sensitiva. Incluso se ha observado aumento de anticuerpos o mejora de la actividad celular (hay estudios en pacientes de psoriasis donde la mejora es mucho más rápida y sensible en pacientes que compatibilizan el tratamiento convencional con la práctica del Mindfulness)
Mindfulness es un método sencillo (no se busca la perfección, solo la vivencia de la experiencia), accesible y perfectamente acoplado a las necesidades de cualquiera, con un mínimo entrenamiento diario, para poder aquietar (que no vaciar) los procesos mentales. Todo ello con vistas a conseguir poner un punto de serenidad y coherencia en nuestras vidas. Para vivir mejor y con más felicidad.
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