Ahora que dentro de pocos días empezamos un nuevo año, es muy común realizar propósitos de cambio. Propósitos que en la mayoría de los casos quedan, como casi todos sabemos, en nada.

El ser humano no entiende muy bien los cambios. La expresión tan utilizada de “zona de confort” o “zona de seguridad”, describe especialmente bien cómo se siente una persona cuando por alguna razón, siente amenazada su posición de dominio de la situación. Pero la realidad es que, las más de las veces, somos plenamente conscientes de la necesidad de hacerlos por mucha incertidumbre que conlleven.

Otra cosa es que lo logremos, claro. Incluso manteniendo un compromiso real y meditado sobre llevarlos a cabo. Y lo que es cierto es que, ante la evidencia del paso del tiempo y ver que nuestros propósitos no se concretan, nos sentimos inmediatamente tentados a justificarlo con las más variadas excusas. La mayoría de ellas tienen que ver con no tener la suficiente motivación, no comprometerse suficientemente o no poner demasiada fuerza de voluntad. Estamos de nuevo blindándonos en zonas donde nos sentimos cómodos.

Puede que en algunos casos sí se den los supuestos anteriores, pero en la mayoría de las ocasiones lo cierto es que no son el motivo final que provoca que los cambios resulten tremendamente difíciles de hacer. El miedo, la incertidumbre y la falta de control sobre los resultados de los mismos son los verdaderos causantes. Es lo que Robert Kegan y Lisa Lahey llaman, en su libro “Inmunity to change“, incomodidad emocional.

Nuestro “sistema inmunológico” emocional.

En efecto, la citada incomodidad emocional es la que está presente a la hora de tomar decisiones de cambio, como mecanismo para plantar cara a la incertidumbre, de la misma forma que nuestro sistema inmunológico lo hace con los virus o bacterias que quieren atacarnos. La que hace disparar el nivel de “anticuerpos”, a menudo en forma de excusas que encuentra nuestro cerebro (algunas muy creativas).

Kegan y Lahey sostienen que el sistema inmunológico emocional está permanentemente en guardia para reconocer cualquier “ataque externo emocional” y organizarse para eliminarlo. Esto es, sabotear cualquier cosa que pueda hacer trastabillar el sistema en el que nos sentimos seguros, incluso si es el cambio deseado y meditado por nosotros al que nos referíamos antes.

Para evitar este autosabotaje, trabajamos con coaching varios aspectos muy concretos. Existen varios métodos para hacerlo que deben tener una cosa en común: Hay que trabajar, más que en aplicar soluciones o métodos concretos, en generar los cambios en nuestros “sistemas” de defensa emocional.

Un caso práctico

Por ejemplo, en el caso de un emprendedor que tenga problemas financieros porque sus clientes tienen tendencia a alargar los plazos de pago, se necesitará hacer un cambio en la forma o método de relacionarse con los mismos desde el principio. Podemos pensar en establecer una serie de normas de pago o garantías financieras con los clientes como requisitos para abordar cualquier proyecto. Si el reto es meramente ese, no habrá problema. Es un reto técnico, solucionable con cambios también técnicos. Lo que pasa que esto en la práctica no es tan fácil. Muchos cambios que en principio se ven fáciles de resolver de esa manera, esconden otros tipos de problemas.

Porque si las dificultades financieras esconden un comportamiento relacionado con emocionalidad, como falta de autoestima, temor, vergüenza u otros a la hora de plantearse reclamar esos pagos, nuestra mente encontrará decenas de excusas para protegernos de esas incomodidades emocionales. De esa manera no percibiremos que nos oponemos al cambio, sino que es muy difícil tratar en la práctica con los clientes, que pueden perderse si se les incomoda o simplemente que cobrar esa factura en tiempo y forma no es tan vital para nosotros.

Cambios técnicos y cambios adaptativos

Por ello, necesitaremos generar cambios no técnicos, sino adaptativos (ganar confianza en uno mismo, enfrentar el miedo a reclamar nuestros derechos, fomentar la asertividad, etc.), puesto que intentarlo solucionar con cambios de tipo técnico, está destinado al fracaso.

En coaching se trabaja facilitando esos cambios en la forma de pensar (no en la forma de actuar), normalmente derivados de supuestos enraizados durante mucho tiempo, que están por detrás y no se ven y que hacen de barreras de protección, oponiéndose a los resultados que queremos obtener con los cambios.

Descubriendo esos supuestos, es como únicamente la persona entiende qué es lo que está protegiendo con su forma de actuar contra los cambios y puede encontrar recursos y herramientas para, esta vez sí, ganar valor y fortaleza para enfrentarse a la decisión de cambiar. Como hemos dicho en muchas ocasiones, el coaching desbroza la maleza que impide ver, para que la persona descubra el camino correcto y siga avanzando.

 

El cambio es difícil siempre, pero más fácil con coaching.