Al final me ha parecido un suspiro, pero ha transcurrido un año, 2015, al que daba la bienvenida con esperanza en el último día del anterior (un 2014 que, este sí, me parece ya lejanísimo), en la elegía que ya tengo por costumbre publicar en el último día de vida de cada año, en forma de post de blog. Allí reflexionaba sobre que el camino recorrido, por enrevesado y difícil que nos haya podido parecer, siempre tiene al menos un motivo para andarse: Nosotros mismos.

Entre otras cosas, el espíritu de esa reflexión animaba desde la propia experiencia personal a  tener suficiente presencia de ánimo y actitud para enfrentar las dificultades y contratiempos que surgen al recorrerlo, como retos de crecimiento personal y redundaba en que, al final, las pruebas que pasábamos proporcionaban enseñanza, experiencia y en suma, alimento para la mente y el alma, que nos ayudaban en las siguientes dificultades  que, sin duda, nos íbamos a encontrar en los nuevos caminos que deberíamos recorrer.

Esa parada para girar y observar lo andado, con la perspectiva que en ese momento existía, justo antes de recuperar la posición inicial y volverlo a retomar para iniciar este año que ahora finaliza, tenía algo de final de etapa. De, si se me permite la expresión anglófona, un “checkpoint” sobre ese periodo de tiempo, aunque entonces no lo considerara exactamente así, pero que hoy (de forma ventajista y a toro pasado, obviamente) reconozco como una especie de mandato espiritual que de algún sitio llegó y que tocaba hacer justo en ese instante.

Sin entrar en desde donde lo hizo (tengo mis teorías, que se dirigen a lo más profundo de mí), hoy sí siento que ese mandato vuelve a resurgir y dictar algo. Pero esta vez no es, como la mayoría de las veces, hacer balance. Hacer cuenta y valor de lo transcurrido y lo sucedido. En mi 2015 han pasado cosas, como es lógico. Cosas que han hecho que me zarandeara como una hoja en una tormenta, viajes (muy frecuentes)  al dolor y al miedo. Al de verdad, al interior.

También momentos de quietud, en los que el sol secaba las heridas y daba fuerzas para enfrentar la siguiente contienda.Y de amor profundo por parte de los míos, abnegado e intenso, que al fin y al cabo han logrado que algunas de esas heridas, muy profundas, con mucha dificultad para dejar de sangrar, no me hicieran caer definitivamente. Cosas en suma con trascendencia y que probablemente merecerían ser valoradas aquí, pero el mandato de hoy es imperativo: Aprovecha lo vivido como experiencia, como entrenamiento, como fortalecimiento. Usa el recuerdo del dolor como muestra de lo que puedes llegar a soportar, de tu capacidad de lucha y desgaste sin caer. Emplea el amor como motor que todo lo vence, como tu arma secreta. Integra todo eso dentro de ti, mira al frente y continúa. No mires atrás.

Porque hoy siento que lo pasado adquiere todo el valor de su definición, es decir, un tiempo  que no se repetirá. Que jamás va a volver. En estos años de centrarme en las cosas de la condición humana,  he podido observar que tenemos una muestra más de la misma en nuestra permanente huída del presente. Del aquí y del ahora. O estamos recordando pasados que fueron mejores o imaginando futuros que pueden llegar a serlo. Pero no nos hacemos cargo de lo que nos pasa en el momento que lo vivimos.

Y por ello la vida se nos escapa. No nos damos cuenta de lo que estamos viviendo. Aprovechamos estas fechas o el regreso de vacaciones, para pasar revista o hacer planes, pero más de 300 días del resto del año quedan en la nada. Realmente no podemos recordar con exactitud las sensaciones de ese momento de alegría con nuestro hijo o nuestra pareja, ese instante de sobrecogedora quietud cuando bajamos del coche en medio de la carretera para tomar un descanso en aquel viaje de trabajo rutinario que ya hemos olvidado, el olor exacto de ese perfume que levemente despertó un segundo nuestros sentidos, un día cualquiera en el que andábamos deprisa por la calle hacia una de nuestras miles de reuniones, el sabor de ese segundo plato del menú de otro de esos días en los que paramos en no sé qué restaurante de no sé qué sitio y ese millón de sensaciones, de momentos de verdadera felicidad del alma, que no disfrutamos.

Y hoy, en el instante que estoy viviendo, en el aquí y el ahora, en este momento del tiempo en el que desde hace algunos años aprovecho para hablaros de algunas de las cosas más íntimas que siento, tengo el firme propósito de plantar mis pies en el suelo. De moverme hacia el punto más alto en el que nada interrumpa mi vista. De sonreír y disfrutar de ese momento precioso en el que sabes lo que quieres. De vivir ese instante en el que tienes la certeza que ahora sí estás en lo que debes de estar. De mirar hacia el frente y comenzar a andar.

No me importa lo que venga, se que estaré preparado. Sé que os encontraré a algunos en ese camino, igual que no podré hacerlo con algunos otros. Y sobre todo, sé que no miraré atrás.

Un feliz, hermoso, maravilloso año nuevo para todas y todos.

Don’t look back
A new day is breakin’
It’s been too long since I felt this way
I don’t mind where I get taken
The road is callin’
Today is the day 

(No mires hacia atrás 
Un nuevo día está naciendo
Demasiado tiempo sintiéndome de esta manera
No me importa donde me lleve
El camino me está llamando
Hoy es el día)

Boston – Primera estrofa de  “Don’t  look back” (No mires atrás)