En los últimos años, de forma sorprendentemente coincidente con síntomas de mayor apertura de algunos científicos (al menos a la consideración y al debate), hacia cuestiones que la ciencia no puede todavía explicar y que son etiquetadas por los escépticos como “pseudociencia”, vengo observando ante las mismas, reacciones (y porque no decirlo, algún esbozo de cuasi campaña)  cada vez más agresivas. Por poner solo un ejemplo, hace poco en mi TL de twitter, un conocido usuario, español, con muchos seguidores, llamaba literalmente “gilipollas” a los que confiaban en la homeopatía. Ante mi reprobación, básicamente por la poca tolerancia y la falta de respeto a quien piensa diferente, fui bombardeado por un coro de trolls palmeros a los que, cordialmente (eso sí), bloqueé uno por uno sin entrar al trapo de la provocación.

Dejando aparte esa pizca de quijotismo que a veces me persigue y que, como cualquier hijo de vecino que quiera cambiarlo me estoy “mirando”,  intentando sustituirlo por el pragmatismo ante cuestiones que sé que no deberían reclamar demasiado mi tiempo, esta anécdota me sirve para plantear una reflexión sobre cómo lo que no se entiende, lo que no se es capaz de constatar  en un tubo de ensayo o en una ecuación matemática, provoca en no pocos casos, en lugar de la curiosidad natural que se le supone al ser humano por investigar y finalmente determinar de dónde procede la explicación de eso que no la tiene,  una emoción primitiva con la que hemos nacido todos y que en este caso, lejos de servir para tomar precauciones ante una amenaza, sobrepasa ese límite para convertirse en lo que yo opino que es ni más ni menos que simple y llanamente miedo.

Hace poco asistía a la conferencia de un buen amigo. Médico geriatra e internista, médico titular  de familia, profesor de medicina en una universidad en Madrid. Científico, en suma. Hablaba de experiencias cercanas a la muerte desde el punto de vista médico. Documentadas, vividas por científicos, catalogadas y numeradas. Pasadas por el tamiz, no sólo estadístico, sino de un modelo de medición que proviene de la misma ciencia. Procedentes de estudios clínicos asépticos,  evitando ideologías. En un momento determinado de la conferencia, parafraseando  a Don Santiago Ramón y Cajal (“Lo peor no es cometer un error, sino justificarlo”), reconoció, más o menos, que: “La medicina, la ciencia oficial, ha justificado muchísimo sus errores, fundamentalmente por intereses”. Coincidí también con él en su siguiente apreciación:

 “La ciencia debe ser objetiva, no relativa. Si no tenemos algo para medir, para demostrar algo objetivamente, por ese mismo principio, tampoco puede negarse.”

Es posible y perfectamente normal que el lado más racional del cerebro, el izquierdo, ese que controla el razonamiento lógico, la construcción gramatical correcta,  el cálculo, el acopio de datos para determinar la validez o no de un supuesto, prevalezca sobre el derecho, el del pensamiento creativo, la intuición, la interpretación de las metáforas y la imaginación. De hecho, ese sería un mecanismo, si se me permite la expresión, razonable, para una mente que solo crea en lo que ve. Entonces, ¿por qué atacar sin piedad, incluso con dogmatismo y condescendencia, como queriendo salvar al ignorante? ¿No sería, siguiendo el mecanismo lógico y científico, mucho más serio poner encima de la mesa los resultados que se han obtenido de la experimentación? Y si es que no se ha podido experimentar, ¿no sería mucho más razonable, más pragmático, ponerlo simplemente en duda en lugar de burlarse o pontificar desde redes sociales o cualquier otro medio?

El miedo anula esos mecanismos. El toparse contra una realidad que no es la aprendida, que no es la que ha sido recibida y comunicada desde que se es un/a niño/a hasta que se es adulto, recibida sistemáticamente a través de padres, amigos, profesores, medios de comunicación y demás intervinientes que gravitan en el entorno de la persona durante su vida, hace que si esa realidad es dogmática, provoque miedo. Miedo simplemente de que esas convicciones en las que hemos basado nuestra vida, incluso esos conocimientos que hemos recibido de otros que teóricamente sabían lo que decían, caigan y tengamos de nuevo que aprender algo que se nos puede hacer muy árido y muy doloroso, porque es reconocer que estábamos equivocados. Y para eso el ser humano no está biológicamente preparado.

Creo sinceramente que el miedo es el gran culpable (no el único, pero si el GRAN culpable) que el ser humano moderno no avance, no progrese. No idee ni lidere formulas para vencer a los problemas de todo tipo que nos aquejan. No sólo en el nivel de la investigación científica de lo desconocido. Bajando al más cercano al ser humano, al propio de cada persona, el miedo provoca la construcción de grandes zonas de confort para tenernos dentro y ni idear ni liderar, naturalmente, para salir de ahí. Yo personalmente había decidido llamarlas “zonas de seguridad”, dado que en muchas ocasiones no hay nada de confort dentro, sino mucho sufrimiento, aunque este convive con el convencimiento de que es más seguro “lo malo conocido que lo bueno por conocer”.

Estoy a partir de ahora por llamarlas, directa y llanamente,  zonas de miedo, limitadas precisamente por eso que la realidad de cada uno no admite y se niega a admitir.

Hay una frase que sintetiza gran parte del motor necesario para el progreso humano. Se le atribuye a una persona que fue capaz de usar el lado derecho del cerebro para ver algo que los demás no veían. Y a partir de ahí, usar el izquierdo para demostrarlo. Se llamaba Albert Einstein y su frase era: La mente es cómo un paracaídas, solo sirve si se abre”.

En coaching tratamos y ayudamos a enfrentarse a las personas de igual a igual con sus zonas de miedo. Trabajamos aportando nuestra guía, recursos, acompañando, sin dejar a nadie solo o sola en el proceso  y facilitando encontrar respuestas a las preguntas,  a quien pega un puñetazo en la mesa y no quiere vivir esclavizado/a  por la dictadura de su propio miedo.

Para quien quiere crecer y progresar. O conseguir sobrevivir, aprendiendo a abrir y a extender el paracaídas.