Largos meses de no publicar nada en el blog, unas veces lastrado por trabajo, compromisos y obligaciones y otras sobrepasado por pura fatiga mental debido al exceso de ideas, problemas, proyectos, dudas y, por qué no decirlo, miedos (como cualquier ser humano. Ya he dicho mas de una vez que los coaches no somos diferentes),  que se van acumulando día tras día, mes tras mes, año tras año, sin darles salida convenientemente.

Un exceso de datos sin procesar en ese disco duro de aproximadamente kilo y medio que está situado entre nuestras dos orejas, que, como cualquier disco duro, necesita volcados y limpieza de datos periódicamente para asegurar un funcionamiento correcto. Personalmente he comenzado a hacerlo hace unos meses, pero el proceso es más largo y complicado que ir eliminando archivos a golpe de ratón y tecla delete.

En cualquier caso se acaba este año 2017 y las tradiciones no entienden de circunstancias puntuales de overflow de datos en el cerebro, así que debo cumplir mi cita anual con la elegía de 2017 y con la incierta aventura de plantar en dos líneas una predicción para 2018.

Me gustaría decir que ha sido un año magnífico, que ha supuesto un antes y un después o que ha sido un año de despegue profesional y/o personal, pero no tengo ni constatación, ni siquiera esa sensación. Mas bien creo que ha sido un año de continuidad, de preparativos, de ver (y recoger) algunos brotes de lo sembrado,  sin perder la vista en seguir avanzando. Si uso un símil aeronáutico diría que he dejado el finger y he comenzado a desplazarme por pista de rodadura, calentando motores y haciendo las oportunas comprobaciones, ganando muy poco a poco velocidad mientras me dirijo a la cabecera de pista, consciente que pronto tendré que poner a fondo los motores e iniciar la maniobra de despegue.

Pero obviamente no todo es tan medido y calculado como en un despegue de un avión. Como en la aviación convencional, surgen problemas y dificultades en cualquier vuelo. Del protocolo de control y seguridad que se aplica depende que esos problemas se puedan soslayar sin mas intervención que la de los pilotos o los controladores de vuelo, pero existen circunstancias externas que no pueden controlarse a priori y que exigen el mejor desempeño y la pericia posibles para llegar al destino felizmente. Y en la vida real, esas circunstancias se presentan siempre.

No dependió de nosotros que la crisis del 2008, haya durado hasta hace bien poco y suframos todavía sus efectos colaterales; fuimos engañados o nos autoengañamos con aquellos en los que depositamos nuestra confianza cuando usaron el dinero de todos para su enriquecimiento personal o no caímos (seguimos sin caer) en que continúan atendiendo a los intereses de otros y además obviamos su poca capacidad de liderazgo para responder a todas las tropelías anteriores. Y pagamos por ello.

Tampoco somos capaces de intuir que muchos que parecen estar a nuestro lado incondicionalmente, no lo están y desaparecen cuando vienen mal dadas. Incluso los vemos a sacar a flote su verdadera cara, la del más puro egoísmo y la de la falta de reaños cuando, por miedo a perder el favor de la mayoría, nos pueden negar bastante mas de tres veces. Y pagamos por ello.

Nunca pensamos que podemos fracasar cuando pasamos por alto “ese” error. Que se puede cebar con nosotros la ironía, la indiferencia o las ganas de venganza de algunos al vernos caer. Que nos van a decir “no” mil y una veces, simplemente porque no gozamos de tanta popularidad como creemos (cuando realmente lo que necesitamos es mostrar credibilidad). Nunca nos cuadra que ese concepto, el de credibilidad, unido a los de profesionalidad o de competencia técnica,  lo puedan valorar y juzgar mediocres que se dejan seducir por la edad, el oropel o el glamour que algunos pícaros saben explotar en ausencia de esos mismos valores. Y pagamos por ello.

No intuimos jamás que nos pueden acechar la enfermedad y el dolor. Que vamos a constatar amargas sorpresas de ver como de un día para otro como nuestras vidas, o las de personas queridas o apreciadas cambian diametralmente cuando eso sucede y como puede influir en nuestro ánimo, en eternos ratos de lágrimas en solitario, en preguntas sin respuesta. Y seguimos pagando por ello.

No se trata de hablar de nadie en particular. Esto va dirigido a todos aquellos que os sentís identificados con lo que habéis leído. A los que mínimamente habéis sentido esa punzada en el estómago cuando habéis reconocido esas circunstancias que nos pone delante la vida y que no podemos controlar. Hace un año justo, en el post de cierre de 2016, hablaba sobre la necesidad de quitarse la armadura, de aceptar la vulnerabilidad y dejar de protegerse a costa de no ser uno mismo. De aceptar esos vaivenes que no controlamos como algo inherente a nuestro desarrollo, a nuestro crecimiento personal. De entender el porqué de todo ello y descubrir en esa enseñanza precisamente las motivaciones para continuar. De soltar el deseo de control, ese deseo de controlarlo todo que nos impide disfrutar tanto de lo que planeamos a conciencia como de lo bueno que la vida nos trae.

Y a pocas horas de cerrar 2017, os invito a que empecéis 2018 con una idea. Se trata de aceptar nuestra natural condición de héroes. Todos lo somos, no solo por un día, como dice la canción de mi venerado David Bowie que cierra este post. Se trata de aceptar eso que viene, aprender la enseñanza y continuar el camino. Hoy el heroísmo es precisamente eso, disfrutar de la vida sin barreras autoimpuestas por preguntarse “¿Por qué a mí?”.

Y  seguir adelante. Porque si caemos nos levantaremos una y mil veces. Esa es nuestra condición natural como seres humanos y parte de lo que nos diferencia de otras especies.

Buen año que empieza, héroes.