Hace veinticinco años, en la televisión se proyectó uno de mis mitos favoritos, la serie “Twin Peaks”, que según dicen los entendidos de lo audiovisual, revolucionó completamente el concepto que hasta entonces se tenía de lo que debía de ser una serie de televisión.
Generó una influencia tal, que los códigos narrativos (y algunas veces visuales) de la serie de Mark Frost y David Lynch, son padres de los empleados en algunas actuales tan notables como “Breaking Bad”, “True Detective”, “The walking dead”, “The wire”, “American Horror Story” y otras muchas de reconocido prestigio.
En la serie existía un factor desencadenante y a la vez un hilo conductor: El asesinato de una joven del pueblo de Twin Peaks, Laura Palmer (Sheryl Lee), cuya muerte da pié a que comience una investigación oficial, liderada por el muy peculiar agente especial (nunca mejor dicho) del FBI, Dale Cooper (Kyle MacLachan). La trama se va desarrollando bajo una premisa: Todos los personajes que van apareciendo tienen algo que ocultar y todos van aportando evidencias que conforman historias paralelas, que, al contrario de aclarar la autoría del asesinato, lo van distorsionando cada vez más, en parte debido a las excéntricas conclusiones y líneas de investigación del agente del FBI. Llega un momento en la serie, que son más importantes ciertos aspectos perturbadores que forman parte de la vida en el pueblo, que el objetivo de la misma: Desvelar quien causó la muerte de Laura Palmer.
Así funciona en parte nuestro mecanismo de negación de la realidad. Cuando sin razón aparente los problemas aparecen y luego se repiten sistemáticamente, lejos de pensar en una causa debida a un comportamiento propio que, aunque nos cause problemas, repetimos una y otra vez, derivamos nuestra investigación hacia razones externas a nosotros mismos(porque, caramba, no nos vamos a sabotear a nosotros mismos ¿No?).
En ese autoengaño está el origen de todo lo demás. En él vamos a encontrar muy diferentes posibles razones, más o menos elaboradas pero todas ellas inventadas, que, finalmente, distorsionarán gravemente nuestra concepción de la realidad, puesto que si nos autoconvencen, las incorporaremos a la misma y comenzaremos a creer a pies juntillas en ellas.
Imaginemos que procrastrinamos con frecuencia. Esto es, no completamos nuestras tareas sin razón aparente y las vamos posponiendo poco a poco. Posiblemente comenzaremos a quejarnos entonces de falta de tiempo y exceso de trabajo. A la hora de analizar el porqué de “nuestros agobios”, empezaremos a buscar afanosamente culpables (obviamente ajenos, nadie es tan idiota que deja lo que tiene que hacer para mañana, cuando eso que tiene que hacer le reporta beneficio ¿verdad?).
Aparecerán la falta de recursos, la excesiva carga laboral, los recortes, el jefe, los compañeros, la oficina (y si trabajo en casa, el estar solo/a en casa) y cientos de “personajes” inventados que añaden cada vez más confusión a la “investigación” inicial. Y a partir de ahí, llega a ser “evidente” para nosotros, por ejemplo, que el problema es que el jefe no facilita nuestra labor o no tenemos medios para hacer nuestra tarea. E incluso, en el caso más grave y usando otro ejemplo, podemos llegar a aprender e incorporar a nuestra realidad que ciertos compañeros quieren hacernos la vida imposible para que nos marchemos de la empresa y ocupar nuestro puesto, con las consiguientes repercusiones ¿Os suena?
El autoengaño es uno de los principales motivos para no alcanzar nuestros objetivos, tener una actitud negativa e incoherente, hacer oposiciones a un fracaso cercano y renunciar a una vida plena y feliz ¿Y entonces?
Cualquier error y este lo es, exige un análisis profundo. La primera regla es que admitamos que eso que nos causa dificultades puede provenir también desde el interior de nosotros mismos. Incluyamos esa posible causa dentro de las que barajemos y hagamos un análisis honesto y profundo de nuestro interior sin búsquedas paralelas. De nada nos sirve el miedo ancestral que tenemos a “profundizar” en lo que verdaderamente pensamos y somos. Ciñámonos a los hechos y no a las suposiciones.
Y además exige amor. Amor y compasión por nosotros mismos y por esos errores que cometemos. Un profundo amor para no maltratarnos perdiendo en última instancia la capacidad de ser felices.
Y como siempre, si en esta tarea tienes dificultades, ya sabes que tienes toda la fuerza y recursos del Coaching a tu disposición. Para descubrir sin tramas paralelas que es lo que ha pasado con nuestra propia Laura Palmer.
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