He mencionado en alguna ocasión, refiriéndome al mundo de la empresa, la importancia de los momentos temporales y sus estados de ánimo. Este concepto es aplicable a todo, por supuesto también a la vida. Nuestra vida podría resumirse en una colección, variada y flexible, de estados de ánimo.
La vida, en efecto, nos trae y nos lleva de sitio a sitio y lo hace entre y por estados de ánimo, impregnando estos los lugares en los que estamos. Y cuando nos marchamos, allí se quedan. Permanecen en las pupilas y los pliegues de las mentes de quienes han compartido esos momentos, por encima de nuestros logros, o incluso a veces de nuestros afectos.
Nuestro futuro depende en gran medida de ellos, porque la impresión que dejemos es la que se recordará y por tanto la que influirá en cualquier valoración que se haga de nosotros posteriormente. Seremos tal y como nos percibieron en esos momentos. Para los demás no importará tanto lo que somos o lo que queremos ser, como lo que han visto y sentido de nuestras reacciones, de nuestro comportamiento emocional.
Aquí está la gran contradicción. Personas intachables con un estado de ánimo bajo de manera prolongada, son peor consideradas a la larga que otras que dejan bastante que desear y sin embargo muestran las más de las veces una cara amable o alegre. Vivimos inmersos en la rapidez y en la primera impresión y esto no iba a ser una excepción. Solo los que nos quieren, los que más entienden nuestras emociones, pueden establecer diferencias. Y a veces, incluso para ellos, surge la confusión.
Nos convertimos en alguien que no somos
Ese es, para mí, el principal motivo que hace que nos blindemos. Que coloquemos armaduras, escudos y disfraces encima de nuestra propia personalidad. El ser diferente, queramos o no, está penalizado. Y eso es algo que en esta sociedad de la inmediatez, tan dada a catalogar, a incluir y excluir, la mayoría no pueden permitirse. Se vive permanentemente con el miedo a ser excluido del grupo, del sistema, de la maquinaria, por tener una mala racha emocional.
De manera que la estrategia pasa por esconderse. Por trasladar a los demás, en los momentos que se comparten, el estado de ánimo que se juzga como adecuado y no el real. A interpretar un papel y no a mostrarnos como somos, haciendo creer a los demás que nuestro estado de ánimo es sólido como un roca. A emplear nuestra energía en apretar los dientes y sonreír, cuando lo que nos apetecería es hacer todo lo contrario.
Además de que eso puede suponer el traicionar nuestros valores, desde el momento que nos comportamos como no somos, empezamos a perder progresivamente nuestra esencia. Sencilla y llanamente dejamos de ser nosotros. Muy poco a poco al principio, pero conforme vamos cumpliendo años y permaneciendo en la misma estrategia, las capas y capas superpuestas hacen que, sencillamente, desaparezcas. Hasta el punto de no recordarte, de olvidar quien realmente eras.
¿Y qué hacer?
Llega un momento, con el transcurso del tiempo, que tanto artificio no sirve. A lo mejor tu aun no has pasado por ello, pero tarde o temprano vas a sentir como necesario el saber quien eres de verdad, si has estado disfrazando tus estados de ánimo. Tu ser se va a rebelar sí o sí y va a pugnar por salir entre kilos y kilos de disfraces y armaduras. Y el proceso puede ser muy doloroso, tanto más contra más años lleves mostrándote como no eres. Doloroso para tí y para los tuyos, porque nada de lo que te pasa puede resultar ajeno para ellos.
El coaching personal proporciona herramientas y suficiente potencia para revertir esa situación. Dependiendo de algunas circunstancias el proceso puede resultar más o menos complicado, pero en condiciones normales se logran resultados muy notables. Si estás en esa fase anterior, contacta conmigo y cuéntame tu caso para ver cómo podría ayudarte de la mejor forma.
Pero si estás a tiempo todavía deja los artificios. Muéstrate como eres porque el riesgo de ser diferente es a menudo menor que el riesgo de perder tu identidad. Olvídate de tanta cultura resultadista y tanta “happycracia“. Vive con tus estados de ánimo, entiendelos y deja que transcurran, aprende de ellos. Acepta tus emociones y sobre todo, aceptate como eres. Decía Anaïs Nin que “Llegará el día en el que estar encerrada en el capullo resultará más doloroso que florecer”. Si hay una cita con un significado real, es esta.
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