Quería retomar los posts habituales tras el periodo estival con un tema muy concreto: las relaciones de pareja ¿Y por qué razón? Pues porque se dice que habitualmente después del verano, se concentra el mayor porcentaje de separaciones y divorcios de cada año.

En mi trabajo como coach personal, siempre observo ciertos temas que salen invariablemente en los procesos, aunque no tengan relación directa con los típicos problemas con los que se llega. Uno de estos temas son las relaciones de pareja.

En efecto, aunque el núcleo de los problemas que trae a una persona a un proceso personal sea otro (por ejemplo, bloqueos a la hora de tomar decisiones o dificultades de organización personal), este tema está siempre presente. Lógico, por otra parte, debido a la cuota de carga emocional que siempre trae aparejada y que influye, muy decisivamente, en la gestión del problema principal.

Son muchísimas las cuestiones involucradas, pero la mayoría de las personas con pareja estable y buena relación general refiere algo muy común: “Cuando mi pareja y yo nos enfadamos, pasa bastante tiempo hasta que todo se normaliza“. En muchos más casos de los que puede parecer, el enfado y el “resquemor” duran varios días. Varios días con esa sobrepresión emocional, que obviamente influye (y mucho) en todo lo demás. Y las relaciones se van envenenando lentamente mientras el problema transcurre sin resolverse.

La pregunta que siempre hago

Cuando, siguiendo el proceso, empezamos a trabajar con este tipo de circunstancias (en el fondo dificultades añadidas que hay que despejar para que la persona pueda pensar con claridad y empiece a rescatar sus recursos y herramientas internas), surge inmediatamente mi pregunta: ¿Qué pasaría si en lugar de estar X dias enfadado, solo estuvieses X horas?

Este recurso, lo confieso, no es mío. La primera vez que supe de él fue en “Los mensajes de los sabios“, un libro de Brian Weiss. En ese libro, Weiss, psiquiatra de profesión, cuenta en un capítulo como realizaba una terapia de relaciones con una pareja que se enfadaba con tal cantidad de rabia mutua, que a veces pasaban semanas hasta que la situación se normalizaba.

Weiss explica como negociaba con ellos la reducción de ese tiempo de semanas a días y de días a horas. Y funcionaba, claro está. Porque efectivamente, el problema no es la cantidad de rabia, ego, orgullo o lo que sea que hubiera surgido en la discusión. El problema es saber de dónde viene esa rabia, revisar las causas y establecer soluciones, previamente a tratar cualquier punto concreto que haya generado la citada discusión.

Parece claro entonces que el tiempo que transcurre entre un problema y su solución, en el ámbito de la pareja, depende de dos cosas: La voluntad de abordar el problema con foco en el mismo (y no en resentimientos, creencias o lo que sea que cause la rabia) y la capacidad de comunicación de la pareja para ser objetivos y resolutivos.

Aquí también demuestra su potencia el coaching

A partir de lo anterior, el coaching es una auténtica bendición, porque permite revisar y trabajar las dos perspectivas, individual y de pareja (según se desee realizar el trabajo) por separado:

El trabajo individual (de creencias, juicios, suposiciones, “lecturas de mente”, interpretaciones y otras “realidades paralelas”, que surgen en la mente de los integrantes de la pareja), siempre es necesario y en la mayoría de los casos, efectivo sin necesidad de trabajar en pareja. La mayor parte de las veces el problema se resuelve aumentando nuestro propio autoconocimiento.

El trabajo en pareja es opcional la mayor parte de las veces, porque una vez situadas ambas partes en una actitud de objetividad y libre de prejuicios, lo demás fluye. Pero algunas veces, es necesario explorar ciertos recursos de comunicación y valores comunes que faciliten el llegar a acuerdos y soluciones.

Ese es el secreto al que me refiero en el título: no dejar que el transcurrir de los días sin solucionar los problemas, vayan acentuando y endureciendo esas perspectivas individuales tan contrapuestas. Y por tanto y como decía antes, envenenando la relación.

Lo resumiría con una frase que una persona me dijo un en su momento y que he aplicado todos los días de mi vida en la relación con mi esposa, Berta, que ya dura más de 36 años (31 y pico de ellos bajo el mismo techo): Nunca os vayáis a dormir sin antes haber al menos hablado el problema que ha causado la discusión. Y mejor aún, intentad resolverlo por todos los medios antes de cerrar los ojos.

No me digáis que no es una genial reflexión, a la que solo añadiría algo: Para hacerlo sin traumas y de la forma más sencilla, contad con un coach personal especializado.