La meta es el culmen del reto, pero el camino es el reto mismo. Para disfrutar con el reto hay que hacerlo también con el camino
Ayer tuve una agradable conversación en Facebook con un amigo, a propósito de una cita de Mark Twain, que dice: “Aléjate de los que tratan de menospreciar tus anhelos. Las personas pequeñas siempre hacen eso, pero los que realmente son grandes te hacen sentir que también tú puedes llegar a ser grande.” A partir del fondo de la cita, a mi amigo le surgió una pregunta: ¿Qué es más conveniente? ¿Decirle a una persona que se empeña en cumplir un reto para el cual no está todavía capacitado, lo que quiere oír (en este caso, el consabido “lo vas a conseguir”), o la cruda realidad?
La pregunta me llevó a la reflexión sobre qué contestar. Recordé entonces las palabras de Joseph O’Connor sobre el establecimiento del objetivo y el diseño del camino para conseguirlo. Esencialmente se trata de considerar ese camino como una sucesión de pequeñas metas, de manera que el transcurso por el mismo, sea igualmente de placentero y motivador que el hecho de alcanzar el propio objetivo.
A partir de eso, le contesté que, obviamente, para cualquier reto hay que prepararse. No se consigue cualquier cosa simplemente con desearlo, sino que se ha de trabajar lo que sea necesario en ello, hasta estar convenientemente capacitado. Hay límites, desde luego, pero la capacidad humana, si existe motivación, sobrepasa cualquier razonamiento lógico. Aunque lo más importante que yo considero, es la capacidad de disfrutar el camino hasta la consecución del reto. El entrenamiento, el trabajo en pos de ello.
Aunque culturalmente estemos habituados a centrar la satisfacción en el logro, el ir superando etapas en el camino puede, y me atrevería a decir que debe, ser tremendamente placentero para cualquiera. Lo hermoso del asunto es que, bajo este paradigma, el camino se convierte en sí mismo en el objetivo y el aprendizaje y el crecimiento constante se disfrutan en todo el proceso. Cuando se llega a la meta, ese disfrute es mucho más efímero, aunque constituya la culminación de todos los esfuerzos. Puede que la intensidad sea mayor, pero dura menos.
Por eso, en mi trabajo, pongo especial cuidado en que, las personas que a mí acuden, disfruten de todas las fases del proceso.
Incluso de aquellas que suponen el enfrentamiento consigo mismas, a veces buscando donde están sus verdaderos valores, intentando conocer la razón de sus temores, empeñándose en rescatar ese olvidado y escondido propósito, o, simplemente indagando sobre la verdadera naturaleza de su propia alma. La experiencia me ha enseñado que siempre existe al menos una razón para sentirse dichoso y satisfecho, incluso al abordar trances aparentemente dolorosos. Para esas personas, simplemente poder enfrentarse al dolor y al miedo de cara, usando los recursos propios, recuperando ese coraje que creían perdido, es cien veces más motivador que la más motivadora de las charlas.
Sólo hay una persona que pueda poner en marcha este mecanismo: tú. Tu decisión es la llave que abre las puertas de ese lugar donde poder celebrar el disfrute de tu propia vida de forma constante. Independientemente de tus éxitos, de tus metas, disfruta tu camino. Porque la satisfacción, la diversión, la felicidad está en las cosas cotidianas y pequeñas. No me digas que quieres perdértelo. No me lo creo.
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