Dialogar contigo mismo se ha convertido en una acción muy poco frecuente, en unos tiempos en los que cualquier síntoma de individualidad parece sospechoso. Me refiero a ese concepto llamado “corriente única de pensamiento” que nadie puede demostrar, pero todo el mundo puede experimentar. Desde allí, cualquier discordancia con esas creencias establecidas que teóricamente deben regir pensamientos y acciones de las personas, adquieren la condición de desafíos al sistema. Pero hoy no quiero hablar de eso. Prefiero hablar de cómo establecer ese diálogo con uno mismo, tan necesario como escaso.

Y es que no es nada fácil. Ni mucho menos. De hecho, aunque no existiera esa corriente única, seguiría siendo escaso el número de personas que dialogan consigo mismas de forma habitual. A veces pregunto a los asistentes a formaciones o a conferencias cuantas veces se han reunido consigo mismo últimamente, en contraposición a las reuniones (sean sociales o de trabajo) con otras personas. Los datos, no hace falta detallarlos, son abrumadores. Dedicamos mucho más tiempo a los demás (o a solucionar cosas para/con los demás), que a nosotros mismos. Y eso redunda en una creciente despersonalización, que hace que vayamos perdiendo la individualidad y muchas veces la capacidad de decisión.

Y efectivamente es así. Preguntamos en muchas ocasiones qué debemos hacer en algo que teóricamente nos compete decidir solo a nosotros. Y no para conseguir información que nos permita hacerlo mejor, sino para evitar ese diálogo interior que provoca desde pereza hasta angustia. En cualquier caso estamos, como decía el otro día una persona que coincidió con mi mujer en un comercio, cansados de decidir.

¿Cansado de decidir?

Pues sí. La multitud de alternativas y la rapidez con la que surgen las segundas, terceras, cuartas y enésimas alternativas a esas primeras, cansa. El bombardeo sin tregua de información, cansa. Las campañas de ingeniería social para modificar nuestras prioridades y valores, que van siendo tan sutiles como las trampas de una película de Fu-Man-Chú, cansan. Y todo converge en que tomar decisiones sobre cuestiones incluso trascendentes con todo este panorama, cansa.

Por ello, solemos preguntar o fijarnos en que ha hecho el otro en nuestro lugar y nos dejamos llevar. Perdemos una de las prerrogativas más esenciales que tiene un ser humano: decidir. Esto es, elegir cómo afrontamos el destino para hacer eso que queremos llevar a cabo. Esto lo expresó con una rotundidad manifiesta Viktor Frankl, psiquiatra vienés que pasó tres años en campos de concentración (el horrible Auschwitz incluido), en su obra El hombre en busca de sentido, afirmando que lo único que no se le puede quitar a un ser humano es la libre elección de cómo afrontar su destino. Su capacidad de decidir sobre sí mismo.

“Al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa: la última de las libertades humanas –la elección de la actitud personal que debe adoptar frente al destino para decidir su propio camino.”

Viktor Frankl

Y lo veo habitualmente en las personas que deciden iniciar un proceso de coaching. Personas que han tomado decisiones cruciales (dejar su trabajo, romper su relación, embarcarse en otra, cambiar de país y un sinfín de situaciones más), al albur de los consejos, bienintencionados o no, de los demás. Sin más criterio que “esto es lo que suele hacerse”. Personas que buscan gurús, magos, fórmulas mágicas que les solucionen la vida.

Aprender a pensar y a dialogar con coaching

Aprender a pensar y a dialogar con uno mismo para evaluar alternativas, considerar opciones, entender los recursos que tenemos, los que podemos adquirir, las dificultades que pueden surgir… Eso, precisamente eso, es lo que facilita el coaching. El diálogo interno, como punto de partida para la obtención de los datos que faciliten la decisión, nuestra decisión, no la de otros, sean bienintencionados o no.

Aprender cuales son los estados primarios que necesitamos para poder comunicarnos bien es la base de todo. Porque la primera comunicación ha de ser con nosotros mismos. Difícilmente vamos a comunicarnos bien con los demás si no entendemos dónde estamos. En ese sentido, la PNL proporciona herramientas magníficas, que ayudan a trabajar con nuestras calibraciones. Es decir, para entender nuestros sentimientos, nuestras emociones, nuestras reacciones, donde están y cómo y para qué las usamos.

Esos estados primarios se dividen en cinco y son inherentes a todos los seres humanos:

  • Positivo activo (emoción positiva en forma activa): Feliz, Divertido, Energético, Entusiasta….
  • Positivo pasivo (emoción positiva en forma pasiva): Relajado, Cómodo, Tranquilo, Sereno…
  • Negativo activo (emoción negativa en forma activa): Agresor, Frustrado, Iracundo, Enfadado…
  • Negativo pasivo (emoción negativa en forma pasiva): Triste, Depresivo, Baja Energía, Abúlico…
  • Interés (emoción positiva neutra) : Curiosidad, Apertura, Aprendizaje,…

Para comunicarte bien contigo mismo y facilitar tu toma de decisiones (que no es un estado y sí una estrategia), debes adoptar alguna actitud de los tres estados positivos  (Positivo activo, Positivo pasivo e Interés) y desechar cualquier actitud negativa. Esta es la forma de aprender a dialogar con uno mismo.

Un mundo de posibilidades

Esas personas que mencionaba antes, las buscadoras de gurús o fórmulas mágicas, harían bien en darse cuenta pronto que ellas mismas tienen la suficiente capacidad como para no depender de nadie. Para pensar primero, analizar después y tomar decisiones por último, de forma libre y consciente a través del diálogo consigo mismas, con nadie más.

Darse cuenta también de que cualquier persona dispone de los recursos internos necesarios para lograr poder llevar a cabo ese diálogo, por muy ocultos que estén. Ahí está el coaching para facilitar encontrarlos con eficacia. Y no hay nada mejor que los propios recursos para aplicar a los propios objetivos. No hay nada que genere más compromiso.

Con Coaching y PNL tienes un mundo de posibilidades a tu alcance para ser diferente al resto. A los robots que se han dejado atrapar por los recursos de la publicidad, del marketing o la ingeniería social. Para moverte en esas calibraciones a las que antes me refería y escapar de ese control. Porque no hay nada mejor que diseñar y vivir nuestra propia vida ¿a que sí?