Estaban dos vagabundos sentados bajo un árbol y uno le dijo al otro:

– Yo he acabado en este estado por no hacer caso a los consejos de nadie.

Y el otro replicó::

– Amigo, yo he acabado así por haber seguido los consejos de todo el mundo.

(Osho – “El libro del ego”)

 

Los causantes de mis problemas son los consejos de los demás”.  “No haber seguido los consejos de los demás es lo que me ha traído problemas”. Estoy seguro que has escuchado muchas veces cualesquiera de estas dos afirmaciones. Incluso que tú también las has pronunciado en alguna ocasión. Pareciera que estamos condenados, sigamos o no sigamos los consejos que con mejor o peor fortuna nos dan, a tener problemas, ¿verdad?

Hace unos años, en una conferencia de tipo motivacional, escuché  la siguiente frase: “Todo el mundo da consejos con el dinero de los demás”,  aludiendo a que es muy sencillo aconsejar a alguien cuando no te juegas nada en el envite. Incluso con buena voluntad por medio, el consejo es algo que “sale” con mucha ligereza de quien tienes en un momento determinado cerca. Te conozca mucho o poco, sepa de tu situación o no, quiera ayudarte o no le importe nada tu situación. Ese consejo brota en muchas ocasiones de forma automática.

Independientemente de reflexionar sobre el porqué de que una persona decide ser magnánima y darte un consejo que resolverá, según ella, tu problema o dilema (sin pedirlo o pidiéndolo, tanto da, porque la mayoría de las veces tampoco sabemos con mucha certeza si la persona es experta en la materia o no), el hecho es que deberíamos de considerar primero si nosotros valoramos el consejo hasta el punto de ser una parte clave en nuestros procesos de toma de decisiones.

No me refiero a la orientación profesional, a la asesoría, consultoría o a la recomendación médica, cuando hablo de la ayuda para valorar la toma de alguna decisión. Esa información que te falta porque simplemente la desconoces y por tanto necesitas. Estoy refiriéndome a esa solución que brota espontáneamente con el consabido encabezamiento del tipo “Yo haría esto...” o incluso más imperativo “Lo que tienes que hacer es aquello…”. Esa que te deja pensando y dudando: “¿Estará en lo cierto y tendré que hacer eso que me dice?”.

Y si lo hacemos así, la siguiente reflexión que deberíamos hacer es: “¿Por qué lo que me ha dicho me hace dudar?”. En la respuesta a esa pregunta puede estar evitar o no el verse como los vagabundos del cuento de Osho que encabeza el post.

Si dudamos, vamos a dejarnos de metáforas, es porque no lo tenemos claro.

Bien porque lo que todavía no hemos madurado suficientemente es nuestra decisión al respecto del dilema o problema que nos ocupa, o bien (y esta sí es realmente una situación que puede llegar a ser grave), porque no nos fiamos de nosotros mismos. Porque, digámoslo claramente, la inseguridad nos domina.

El miedo al error y al fracaso, del que otras veces hemos disertado en este blog, suele estar en el germen de esta actitud.  No queremos fallar porque no nos lo permitimos. Vivimos bajo el paradigma del éxito y el incurrir en un fallo es algo que estamos convencidos que, a ojos de los demás, nos va a penalizar mas tarde o más temprano.

 

Somos muy duros con nosotros mismos, sí. Permitimos a los demás que puedan equivocarse aconsejándonos, sin cuestionarles ni una coma, ni en la medida de valorar si el consejo proviene de alguien autorizado o no para darlo. Y les damos más valor que a algo que, según Viktor Frankl, psiquiatra vienés superviviente de varios campos de concentración nazis y autor de la maravillosa obra  “El hombre en busca de sentido”, es lo último que le pueden quitar al ser humano: Su capacidad última de decidir. En su caso referido a decidir cómo afrontar el sufrimiento, pero aplicándolo al nuestro, yo lo extendería al propio hecho de tomar una decisión consciente y responsablemente.

Creo que conviene, por muchas razones, parar, tomar distancia y pensar profundamente cuando aceptes un consejo, si es que te genera dudas.

Osho , el autor del cuento del encabezamiento, también dice que “tienes que hacer tu propio viaje”, en referencia a responsabilizarte de tus decisiones. Enfrentarte al miedo al error, considerándolo como una oportunidad de aprendizaje.

Ten en cuenta que el o la mayor experto o experta del mundo en algo, puede darte un consejo que no te sirva, simplemente porque tus circunstancias, tu realidad, es bien distinta. Quizá porque en ese momento, simplemente no puedes llevarlo a cabo o porque lo mejor que puede hacerse en una situación concreta por estadística no se acopla a la tuya, porque nunca, jamás, será la misma situación.

Cuando trabajamos desde el coaching, ayudamos a provocar la reflexión sobre qué es lo que tienes a tu alcance para solucionar tus dilemas y tomar decisiones sobre los mismos. En un proceso de coaching jamás se aconseja. Se guía en la búsqueda de esas soluciones que están dentro de ti, que tu tienes dentro de tu situación y atendiendo a tus recursos propios actuales (o los que puedes realmente conseguir en el tiempo que tú te marcas para lograr la solución final).

Esa solución parte de ti, no de nadie más. Por ello, cuando llega el momento de tomar decisiones ya no hay dudas, ni falta de compromiso en hacer lo que haya que hacer para lograrla, porque la respuesta a tu dilema ha llegado desde tu interior y la solución está al alcance de tus recursos.

Un proceso de coaching puede servirte no solo para clarificar tus decisiones, sino para cambiar tus actitudes y tu forma de enfrentarte a la vida. Te propongo que te hagas una pregunta: ¿Te merece la pena trabajar unas semanas sobre ti, contigo, para ser libre?

Mírate por favor al espejo y descubre si eres capaz de reconocerte como alguien dependiente de consejos de los demás, tal y cómo he descrito antes. Y después, actúa con lo que creas más conveniente para ti.

Acéptame ese consejo. Pero antes, reflexiona y cuestiónalo también. Tampoco tiene porque servirte. Empezar a ser libre es una decisión tuya desde ya mismo.