Hace algunos años escuché por primera vez la expresión “vivir cómodamente en la incertidumbre”. Confieso que en ese momento, me pareció más una frase de cara a la galería que otra cosa. Pero resulta que unos años después ha adquirido todo su significado. Hay que acostumbrarse al entorno de la incertidumbre, hasta el punto que debería ser nuestra nueva zona de confort. En eso consiste lo de vivir en estado beta: Habituarse a una permanente incertidumbre y hacer de la experimentación nuestra estrategia.
Cada día las tecnologías se superan y con ellas evoluciona la comunicación y el tratamiento de la información, que son dos de los mayores estimulantes de la innovación.
Al aumentar la capacidad de innovar, aumenta exponencialmente la flexibilidad de los mercados. Por ello, lo que es válido hoy queda obsoleto mañana y las variables que determinan la competitividad cada día son mas y se suceden unas a otras más rápidamente. Ese es el panorama, queramos o no.
“Las ventajas competitivas a largo plazo han muerto”, leí el otro día en una comunicación que llegó al buzón de mi casa. Y la verdad es que no puedo decir por menos que estoy básicamente de acuerdo con esa afirmación. Nadie puede prever ningún escenario seguro, porque como hemos visto la tecnología lo modifica todo, hábitos económicos y de mercado incluidos y por tanto, todas las previsiones y estrategias que antes se hacían para tres o cinco años, ahora no sirven. Solo son válidas para periodos de tiempo mucho más cortos.
Como es lógico, empresas, instituciones y desde luego las personas, estamos forzados a reinventarnos y reciclarnos constantemente si queremos, al menos, no perder el paso que en los mercados marca el desarrollo de la tecnología y la innovación o, siendo más sinceros, al menos no perderlo de vista. Porque es verdad que una estrategia, un plan, un diseño, dispone de un ciclo de vida diez veces menor que hace tan solo tres o cuatro años.
Ante esto, hay soluciones para las empresas, pero ¿y en el caso de las personas?
Precisamente las personas constituyen las empresas. Si no son plenamente conscientes de su necesaria participación en el cambio continuo como agentes proactivos y no reactivos del mismo, mas tarde o más temprano, como sucede desafortunadamente en muchos casos, no servirán a los propósitos de su compañía y serán amortizados.
Esto genera siempre costes (no nos engañemos, la solución no pasa por despedir, es un sistema que, por abuso, se ha vuelto en contra de muchas empresas en estos últimos tiempos). Costes económicos, pero también sociales, tanto más elevados cuanto más profundas deben ser las reformas a aplicar y menos preparada está la plantilla.Costes que pueden hacer incluso que, aun sustituyendo a las personas que no se adapten, el resultado final constituya un fracaso para la compañía.
Y para evitar esos costes, se debe optar por preparar adecuadamente a las personas que componen la empresa. La mayoría de las mismas la quieren de verdad y desean dar todo de sí mismos para que pueda crecer y competir mejor, porque eso, a pesar de no ser garantía de supervivencia laboral para ellos, sí que aumenta significativamente sus posibilidades. Lo que pasa es que a veces no pueden, aunque quieran, porque no saben hacerlo. Porque no tienen la información y los conocimientos adecuados.
Es entonces cuando la formación especializada, acompañada de políticas de coaching de acompañamiento y de desarrollo personal y profesional que fomenten la felicidad laboral, se hacen imprescindibles para aumentar los índices del sentido de pertenencia, de la necesidad de aportación de valor y del grado de compromiso de las personas que trabajan en la empresa y adquieren pleno sentido. Ahora, más que nunca, se hace necesario que las empresas apuesten por esta formación específica en habilidades para proporcionar a sus empleados carácter emprendedor, conciencia social y de equipo, agilidad, capacidad de acción para la innovación y herramientas para poder atreverse, arriesgarse, dar lo mejor de cada uno en el aspecto creativo y desarrollar la máxima flexibilidad posible ante los cambios.
Organizaciones, personas, negocios… vivimos en un estado beta permanente. Y hemos de aprender a trabajar conjuntamente y en direcciones similares como betatesters aplicados, que hacen de la experimentación, de la apertura, del riesgo, de la curiosidad y de la innovación su lugar común. La incertidumbre debe ser cómoda. Por ahí va el futuro cercano de las empresas.
Esperemos que los ojos se abran y que las mentes se expandan. Eso es innovación. Eso es el futuro.
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