No conozco a ninguna persona que lleve bien un cambio. Incluso las personas que mas acostumbradas están a los mismos y que pueden considerarse como verdaderos “agentes del cambio” porque movilizan e inspiran a los demás a aceptarlos, albergan cierta resistencia. Cierta forma de oposición ante un hecho que, sin embargo, es ineludible, consustancial a la vida misma.
Resulta realmente curioso que el ser humano, que alberga uno de los mecanismos de adaptación y evolución físicos más perfectos, no albergue también un mecanismo natural mental para asumir el cambio, siendo éste indispensable para su avance y crecimiento y me atrevería a decir que también para la existencia.
Y no solo estamos hablando de la influencia de creencias y juicios (Que pesados somos los coaches hablando constantemente de eso ¿eh?), porque parece claro que aunque éstas y aquéllos tengan un papel destacado en la resistencia al cambio, se van formando conforme vamos creciendo y adquiriendo el carácter limitador cuando somos ya adultos.
Pero resulta que los niños de muy corta edad también “protestan” cuando sus rutinas establecidas se modifican. Ellos no han tenido tiempo material para recibir información que puedan procesar y convertir en una creencia y mucho menos elaborar un juicio a partir de ésta. A riesgo que incurrir en poca rigurosidad, mi opinión es que el ser humano entiende el cambio instintivamente como algo que atenta contra su equilibrio, contra su estabilidad.
Y es cierto que para cambiar hay que desafiar ambas cosas, estabilidad y equilibrio. El cambio implica asumir riesgos. Pasar de una situación controlada a otra que todavía no está genera incertidumbre. Y afrontar la incertidumbre es afrontar y asumir el riesgo. Es elemental, no sabemos que vamos a encontrar.
La mente humana lleva mal el riesgo. Lleva mal el tener que lidiar con situaciones no controladas en general, porque en esos casos se requiere un gasto de energía suplementario al normal. Y reacciona en consecuencia inventando “protecciones” para evitarlo. Y ahí es donde entran de verdad, a sus anchas y como un torrente, las creencias.
Las creencias constituyen la base para la elaboración de nuestras más variadas excusas, que nos proporcionan coartadas fantásticas para que la mente “no gaste” energía. Y como la mente agradece no gastar más de lo debido, favorece la integración de esas creencias en nuestro sistema de valores, en nuestra forma de vida. Comienza un circulo vicioso: Si creer que “no puedo” me libera de gastar energía para esta situación concreta “1”, como ahora tengo que enfrentarme a otra situación concreta “2”, voy a elaborar una excusa para tampoco poder. Lógico ¿No es cierto? Ahí comienza la siguiente fase: respuestas y mecanismos automáticos que llegan a ser tan íntimos que acabaremos por creer que forman parte de nuestra personalidad. Que simplemente “somos así”.
El problema es que en ciertas áreas de nuestra vida se produce un parón. Cuando por necesidad necesitamos hacer las cosas de forma diferente para avanzar o resolver algo, no lo sabemos llevar a cabo porque ese cambio está vedado por la creencia de “no poder hacerlo”. No usamos nuestro auténtico potencial, que no podemos localizar en ninguna parte. La confusión se apodera de nosotros y ya no somos capaces de entender, ni averiguar, qué es lo que está ocurriendo en nuestra vida que impide que podamos hacer lo necesario. No ya lo que queremos o nos gustaría, sino lo que necesitamos de verdad.
Curiosamente hemos empezado un proceso en el que nuestra mente se autolimitaba (cuidado, con nuestro propio permiso) para tener menos gasto de energía y por tanto sufrir menos y el mismo desemboca en un sufrimiento cada vez más serio porque no encontramos los recursos que necesitamos. Esa es la trampa en la que todos caemos. Una trampa realmente sofisticada. Perfecta. Porqué así debe de serlo para engañarnos a nosotros mismos. Tremendo.
Es en esos momentos cuando el coaching muestra toda su potencia, toda su fuerza. El coaching es una herramienta que tiene la particularidad de hacer visible lo invisible, a través de las diferentes técnicas que se desarrollan en su proceso. Es extremadamente liberador cuando la persona va desgranando los razonamientos erróneos que le han llevado a la trampa y descubre inicialmente su pensamiento automático, mas adelante su excusa, identifica para que la ha inventado y descubre finalmente la creencia. Ese “núcleo duro” que provoca realmente la certeza en la persona que ha estado viviendo de espaldas a la realidad.
Entonces las personas experimentan un alivio tal, que es visible y evidente la relajación física de su lenguaje corporal. Hasta, literalmente, su expresión cambia. De nuevo descubren la luz que les hace brillar, la que necesitan para iluminar el camino que tienen que recorrer, reconocen sus herramientas y recursos (siempre han estado ahí y todos las tenemos, aunque a veces están muy ocultas) que tienen para afrontar el riesgo, la incertidumbre y se liberan. Así de simple. Sueltan la cadena que se habían autoimpuesto y recuperan su libertad. Se hacen libres.
La decisión solo depende de cada persona. Se pueden dejar atrás las creencias limitantes y soltar lo que no deja avanzar, acabar con la angustia del no saber porqué no puedes hacerlo, si se da un paso hacia adelante y se decide contar con ayuda. Creo que tienes la suerte de que, en el tiempo que te ha tocado vivir, afortunadamente, tienes coaching.
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